miércoles, abril 04, 2007

Mi pasado más próximo

Imagináos con seis o siete años frente a la pantalla de vuestros televisores, con una cinta de vídeo desgastada por el continuo ajetreo del videoclub al que pertenece, y con una tarde entera por delante, sin nadie que pueda estropear esa cuidada puesta en escena que tanto habías tardado en planificar. Esa ilusión del primer momento frente a una película que te marcaría de por vida. Películas como "Los Goonies" (1985) o "Gremlins" (1984). Aún recuerdo la primera vez que ví "Indiana Jones y El Arca Perdida" (1981) con mi bocadillo de jamón york amenazando con engordarme y el vaso de leche que tan poco ha influido en mi crecimiento. Recuerdo que quedé maravillado con la primera escena del film, cuando Indy coge el ídolo dorado y empieza a correr perseguido por la ya tan famosa bola de piedra. Esa escena subió mi párvula imaginación a un nivel que nunca antes había exhumado, un nivel de máximo esplendor que dió la bienvenida a futuros momentos de lucidez relacionados con el devenir de mi infancia.



Eso no quiere decir que fue la primera película que ví, en absoluto, mi colchón en el que reposaba estaba lleno de muelles como los de la Disney, o las películas de Charlot o Los Hermanos Marx. Pero sí que fue la primera película en la que sentí algo profundo, algo que me decía que el cine estaría muy ligado a mi en un futuro.

A partir de ahí surgió una orgía de increibles momentazos cinematográficos que iban moldeando mi personalidad (he puesto “moldeando” por no decir “jodiendo plácidamente”). A los diez años descubrí mi obra maestra, mi película cumbre en el top ten de films de la historia, y supongo que la gente que me conoce ya sabrá de lo que hablo. Si no es así, este trozo os lo recordará.



A medida que me iba haciendo mayor, y mis índices de rebeldía iban en constante augmento, también lo hacían de forma paralela mis gustos por las películas violentas. Empecé a disfrutar con salvajadas de serie B, tragándome gran cantidad de films de esa índole (ya escribiré un post dedicado única y exclusivamente a este sector). Pero fue en el ’96 cuando me fascinó un hombre, un señor con nombre atípico que resaltaba los diálogos más salvajes y perrunos que nunca había escuchado. Las conversaciones desprendían lucidez a capazos, y los temas de los que hablaban no tenían nada que ver con la temática principal de la película. Recuerdo perfectamente el momento en que ví, y de forma conjunta, las dos películas en casa de mi primo. Y recuerdo, como si fuera ayer, la impresión que me produjo una determinada escena, convirtiéndose, incluso hasta ahora, en uno de los mejores momentos de la historia del cine.



(…continuará)

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